Independientemente de su carga de entrenamiento, cuanto más entrena un atleta, más se adapta su cuerpo. La labor del entrenador es sorprender al cuerpo del atleta, sacudirlo. El arte del entrenamiento reside en esto: hacer que el atleta experimente nuevas situaciones para impulsarlo a adaptarse. Por suerte, esto es lo que el cuerpo hace mejor. Y es gracias a esta capacidad de adaptación que el atleta progresa. Pero este proceso es costoso. Genera estrés y moviliza recursos. Se puede decir que un atleta termina el entrenamiento generalmente cansado, deshidratado, con algún daño estructural (músculos, tendones, huesos, etc.). Todas estas son señales de que la sesión ha dado sus frutos. Ante este estado de estrés, el cuerpo reacciona. Su única prioridad en este momento es recuperarse. Es decir, volver a su estado físico inicial. Sanar y reponer los diversos recursos movilizados (agua, energía, etc.). Si el proceso se detuviera ahí, el entrenamiento no tendría sentido. Pero es como si el cuerpo no quisiera ser sorprendido una segunda vez. Ante un reto futuro, una futura sesión de entrenamiento, el cuerpo se anticipa. Tiene la capacidad de organizarse para dotarse de nuevos recursos. Anticipa más y mejor; en resumen: progresa. Cuanto más desafiamos a nuestro cuerpo con sesiones de entrenamiento variadas, más progresamos.
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¿Tiene esta formidable capacidad un límite? Obviamente, y es único para cada individuo. De hecho, cada persona posee un potencial adaptativo intrínseco. Es decir, un umbral más allá del cual el cuerpo ya no puede responder a las exigencias mecánicas y fisiológicas. Un umbral más allá del cual es más fácil lesionarse. Por lo tanto, existe un espacio entre la zona de confort y la zona de sobreentrenamiento donde el cuerpo, respetando su potencial adaptativo y cierta progresividad, se verá obligado a adaptarse de forma natural.
En el contexto de la adaptación al ejercicio, la nutrición juega un papel fundamental en cada etapa. Primero, durante el entrenamiento. Antes y durante el mismo, debemos asegurarnos de que el cuerpo tenga todo lo que necesita: niveles de azúcar en sangre regulados e hidratación adecuada. Durante la fase de recuperación, no podemos permitirnos privarnos de elementos esenciales. Esto podría ralentizar o incluso dificultar las diversas respuestas del cuerpo al ejercicio. Y finalmente, durante la fase de progresión, que sigue siendo una fase privilegiada, debemos asegurar una ingesta significativa de una cierta cantidad de micronutrientes. Nuestro cuerpo necesita elementos para desarrollarse y funcionar. Tiene reservas, pero estas no son inagotables. Es capaz de sintetizar ciertas sustancias. Los elementos clave no caen del cielo. Si no están presentes en el plato, inevitablemente faltarán. En todos los casos, es importante tener en cuenta un punto esencial: la calidad de lo que comemos depende de la calidad de nuestras adaptaciones metabólicas. Desde un punto de vista fisiológico, hablamos literalmente de incorporación. «Incorporación», o cómo lo que comemos constituye nuestro cuerpo. Nuestras células están hechas de componentes básicos. El principio de incorporación se sustenta en la fisiología de la transición entre la absorción digestiva y la renovación celular. En diversas publicaciones encontramos la idea de que «somos lo que comemos». Es una realidad fisiológica muy clara, fácil de comprender y de vincular con el efecto deseado del entrenamiento deportivo. Sin embargo, existen algunas desviaciones. Mientras que la incorporación se centra en la densidad nutricional de nuestra dieta omnívora, algunos la entienden como «incorporación simbólica» (Claude Fischler, «El Homnívoro»). Un paraíso del marketing alimentario donde los anunciantes pueden vendernos prácticamente cualquier valor añadido a cualquier alimento. Tantas fuentes de ideas preconcebidas y errores persistentes. «¡El atleta debe comer fideos antes de una competición! ¡Los atletas de fuerza deben comer carne para ganar músculo! ¡Los lácteos son la única fuente de calcio! ¡Las almendras son grasas y te hacen subir de peso! ¡Necesitas bebidas deportivas para esforzarte!». Con la ayuda de imágenes impactantes y colaboraciones con atletas de renombre, la industria de la nutrición deportiva a menudo suplanta el sentido común y la realidad fisiológica.
La dieta de un atleta debe ser saludable. Un cuerpo en pleno uso de sus capacidades adaptativas es un organismo en pleno uso de sus recursos. La salud y el rendimiento están íntimamente ligados, incluso son inseparables. Sin embargo, el rendimiento a menudo se produce a expensas de la salud. Esto propicia la tentación de buscar soluciones fáciles. Cuando el cuerpo ya no puede con el organismo, ¿qué podemos hacer? Abusar de ciertos medicamentos autorizados y buscar soluciones a corto plazo. O recurrir a sustancias prohibidas y nocivas. Reflexionar sobre la nutrición deportiva es reflexionar sobre la práctica del deporte y su ética, y es una alternativa profiláctica al dopaje.